A ti

jueves, 15 de diciembre de 2016



A ti, chica guapa. A ti, chica lista. A ti, chica perfecta en tus imperfecciones. A ti te digo que no te decepciones. Que te quieras y que no dependas.

Sí, eres tú, y lo sabes. Eres esa persona incapaz de estar sola, incapaz de afrontar la vida sin esa presencia al lado. Me dirijo a ti, chico, chica, hombre, mujer... A ti, persona perfecta en tus imperfecciones.

¿Por qué te empeñas en demostrar que tú sola no vales nada? ¿Por qué te empeñas en hacer ver que tú sola estás coja? ¿Por qué no eres capaz de afrontar la vida en solitario, que no sola? Unos días, unos meses, unos años... ¿Por qué no empleas ese tiempo en conocerte a ti, en descubrir lo que vales? ¿Por qué crees que es más interesante conocer a otros antes que conocerte a ti? Conocer a otros, querer a otros, mimar a otros...

¿Qué pasa contigo?

Te conozco. Te he visto sola y con pareja. He visto todo lo que tienes que aportar y cómo te apagas cuando dependes. Te he visto llorar, te he visto destrozada por una persona que no te valora. Te he visto reír y gritar de alegría cuando esa misma persona ha tenido un segundo para ti, para dar señales de vida y para decirte que igual le apetece echar un polvo contigo, un día, sin ataduras.

Te he visto odiarle por pegarte, y te he visto volver a sus brazos cuando te ha prometido no volver a hacerlo nunca más. Promesas frías, promesas vacías, promesas interesadas.

Te he visto culparte por su infelicidad. Te he visto sentirte fea cuando se ha ido con otra delante de ti. Te he visto arreglarte durante horas con ese brillo en la mirada para ver como se desvanecía cuando no te ha echado siquiera un vistazo. Te he visto resignarte a ser su juguete de fin de semana.

Te he visto odiarle y zanjar, por fin, pero también te he visto lanzarte a otros brazos antes de pasar tu luto para repetir el mismo error. De unos brazos a otros, de una relación a otra, de un error a otro. Con personas malas, con personas buenas, pero sin ti.

Me da igual que este no te pegue, me da igual que cambie las patadas por caricias, me da igual que te adore y que te quiera, si quien no te quiere eres tú.

Ya no te veo llorar por sus insultos, te veo libre de marcas, pero te veo pegada al teléfono, esperando esa llamada o ese mensaje sin importar las horas que pasen. Dejando correr el tiempo, sin disfrutar, sin aprovechar, sin descubrirte.

Podrías hacer tantas cosas... tienes tanto potencial... que me inunda de tristeza que se pierda entre las agujas de un reloj demasiado gastado.

Has dejado los estudios por amor, el trabajo por amor, la familia por amor. Por amor... amor... Cada vez que lo pienso me invade la risa y la angustia, eso no es amor. Es dependencia, es miedo, es pánico a volar.

Estás tan acojonada porque sabes que puedes. Sabes que el día que te conozcas, que te descubras, que desarrolles tu potencial, te querrás tanto que necesitarás a una persona a tu lado que te quiera tanto como te quieras tú.

Y, amiga, lo sabes, estás acojonada porque sabes que ese día llegará, y ese día no sabrás que hacer con tanto amor.

Y que frecuenten sitios

jueves, 8 de diciembre de 2016






La he cagado.

Sí.

No es más que una piñata llena de mierda.

Lo sé.

Es como si forzáramos el vernos. No volveré allí y listo.

Me parece una buena decisión.

La he bloqueado. Ya no puede comunicarse conmigo.

Puede llamarte.

Nadie llama. Es ridículo.

Yo sí.

Nadie llama, nadie va a casa a picarte, nadie frecuenta sitios.

Qué triste.

Ahora si no hay Whatsapp no hay forma de quedar.

Yo quiero que me llamen, que me piquen, que me escriban cartas.

Lo sé.

Y que frecuenten sitios.

Si no hubiera vivido en la época en que no existían los móviles creería que es una utopía. Habría echado una carcajada inclinando la cabeza hacia atrás y entrecerrando los ojos.

Que te llamen, que te esperen en el portal, que te piquen por sorpresa, que te escriban cartas que huelen a tinta... Demasiado utópico, demasiado de peli americana, demasiado esfuerzo, demasiado al fin y al cabo.

Pero lo he vivido. Tengo un pequeño baúl con cartas de amor. Con cartas de amor y no amor. Tengo decenas de álbumes, esos de tamaño cuartilla, con fundas de plástico para meter las fotos y portada verde botella.

Tengo camisetas firmadas por mis amigos, garabateadas con dibujos ridículos, con dedicatorias pastelosas y con chistes malos.

Me han picado por sorpresa y he tenido que abrir en pijama o con la mascarilla puesta. He gritado ¡5 minutos! por el telefonillo y he descolgado el teléfono a la voz de ¿Quién?, porque no sabía quien estaba al otro lado. Me ha dado un vuelco el corazón al reconocer esa voz al descolgar y no al desplegar la ventana emergente del smartphone.

He corrido por no llegar a tiempo a los sitios, y he llegado con la cara roja, la respiración entrecortada y los pelos de loca. Nada de whatsapp de preaviso y eyeliner perfecto.

Si hoy me preguntaran diría que es tan sencillo enamorar... Al fin y al cabo la tecnología nos lo ha puesto fácil. Nadie espera lo tradicional, lo de antes, lo que conlleva un esfuerzo, lo que requiere echarle un par de huevos.

He sorprendido con escapadas románticas, con desayunos inesperados, con despedidas en el último minuto en la puerta de embarque, con visitas en otra ciudad, con notas debajo de la almohada. He escrito cartas, escogido canciones, recopilado recuerdos en álbumes, grabado vídeos, organizado fiestas sorpresa, abierto la puerta en picardías...

Me han sorprendido con escapadas románticas, mensajes de amor en el vaho del espejo, besos robados, fines de semana improvisados de un minuto a otro donde lo único importante eran las manos entrelazadas sobre la palanca de cambios. Flores en el trabajo, cartas en el buzón, visitas apresuradas y desayunos sorpresa. Paseos de la mano a los dos días de conocernos, largas conversaciones con las miradas clavadas y sin televisión de fondo, noches bajo las estrellas...

Es tan sencillo enamorar... demostrar, querer, valorar... que sería una aberración no creer en el amor. Sería ridículo no creer que existen dos personas compatibles capaces de demostrar, de tener esos pequeños gestos que digan Me importas. Porque para querer no se necesitan anillos caros, declaraciones en medio de un campo de fútbol, ni viajes a las Seychelles. Es querer. Son caricias, besos, risas, abrazos, ¿has dormido bien?, te echo de menos, tenía ganas de verte,  no te vayas de mi lado...

Es querer. Es llamar. Es buscar. Es estar. Es amar. 

Por qué no ser amigos

jueves, 1 de diciembre de 2016




Hasta el gorro, hasta las narices, hasta las pelotas, como más contundente suene. Quedar con un colega, tomarse una caña tranquilamente y tener que dar 1.500 explicaciones, porque no, porque un hombre y una mujer no pueden ser amigos. Porque es algo impensable, porque siempre tiene que haber algo más.

Olvídate, no puedes quedar con alguien del sexo opuesto sin ninguna intención escondida. No, no puedes tomarte algo y charlar y conocer porque estás dando pie. No, no te lo puedes permitir porque no tienes pene. Y eso es motivo para dar a entender que quieres más.

Ojalá tuviéramos algo en la cabeza que nos diferenciara de los animales. Ojalá tuviéramos capacidad de decidir. Ojalá fuéramos animales racionales. Y ojalá tuviéramos una especie de interruptor que pudiéramos apagar cuando viéramos a alguien del sexo opuesto para poder contener las ganas irrefrenables de ponernos a follar como conejos.

Cuánta hipocresía y cuánta pena. Qué pasa en este chalado mundo para que este sea el pensamiento dominante.

Siempre he sido muy de amigos, en general, sin matiz de género, porque para mí es todo igual. Me gusta conocer, hablar, descubrir, pasármelo bien. Sin ninguna intención. Y me da pena que a día de hoy sea cada vez más difícil.

¿Cómo vas a tomar algo con un chico si no quieres nada? Qué locura. Asegúrate de dejarle las cosas claras antes porque le estás dando pie.

Qué triste.

Es cuando ocurren estas cosas cuando la nostalgia me teletransporta 20 años atrás, al patio del colegio, cuando el sexo aún no había entrado en nuestras vidas. Cuando quedábamos para jugar, cuando nadie creía que eras una calientabraguetas por quedar con tu vecino para pasear al perro, o con tu compañero de pupitre para echar unas canastas. Cuando la inocencia era la reina. Cuando todo era más fácil. Cuando nos divertíamos sin segundas intenciones, riéndonos a carcajadas y embarrándonos hasta la nariz.

Es curioso ver cómo según crecemos en lugar de aprender desaprendemos. Aprendemos materias nuevas, nos sumergimos en libros de texto. Lengua, matemáticas, inglés… pero olvidamos valores. Por mucho que en la escuela se empeñen en decir que nos los inculcan. Es inevitable. Crecemos y llega la inseguridad, o la seguridad desbordante, la ambición, las primeras veces, los miedos, las expectativas, la necesidad de estar a la altura, llega lo complicado.

Llevo años dándole vueltas a esa teoría absurda. Lo he hablado con muchas personas, lo he meditado con la almohada y lo he sufrido en mis carnes. Quizá sea miedo. Miedo a abrirse y  dejarse ver. Miedo a encontrar una gran amistad que nuestra futura pareja no comprenda porque defiende la teoría del absurdo. Miedo a acabar sintiendo atracción porque en el fondo creemos que esas amistades no funcionan. Porque quizá el impulso animal gane la batalla al raciocinio.

O quizá es que el ser humano es tan egoísta que siempre quiere sacar tajada. Que no quiera salir de su zona de confort. Quedar, no congeniar, ni como amigos ni como nada. Que la conversación aburra, que no haya feeling, que nada fluya. Qué menos que un polvo de recompensa para justificar esa pérdida de tiempo.

¿Es esa la razón? ¿O no hay ninguna y simplemente somos tan planos?

Desde cuándo la sociedad se ha vuelto tan extrañamente moderna o absurdamente anticuada para que los actos de me caes bien se traduzcan instantáneamente por quiero acostarme contigo.

No. No quiero acostarme contigo. Me caes bien, me divierto contigo, la conversación fluye, me lo paso bien, me río… pero no quiero acostarme contigo. No funciona así. Al menos para mí.

Eso implica algo más. Una física, una química, una reacción, unos nervios en el estómago, unos balbuceos, tartamudeos, no saber qué decir, quedarte en blanco. Desear la coincidencia, esperar el timbre del teléfono, de la puerta, el vuelco en el corazón, encontrar una foto y quedarte sin aire. Un brinco interno al ver que entras, quedarte parada por encontrarte por sorpresa. Pensar dónde estarás y si estarás bien. Una conexión, un hormigueo, un todo.

No, no quiero acostarme contigo. Si quisiera lo sabrías. Y quizá tampoco quiera acostarme contigo aunque ya lo haya hecho. Quizá esté harta de eso, quizá te quiera conocer, quizá quiera hablar, quizá quiera saber qué pasa por tu cabeza, qué te hace sentir mal y que te pone eufórico.

Y quizá solo quiera tomar una cerveza, un café, reírme contigo y contarnos anécdotas. Salir a bailar, a tomar una copa, a dar una vuelta o a patinar. Sin malentendidos, sin presiones, sin teorías absurdas y sin comeduras de tarro.

Sí. Quiero amigos, quiero amigas, gente que suma, llámalo X.