EL AMOR HA PASADO DE MODA

lunes, 24 de octubre de 2016



Siempre he sido muy de soñar. De soñar, de llorar, de imaginar... Lágrimas de alegría, de tristeza, de impotencia, de impaciencia. Y nunca me ha gustado esperar, aunque siempre he esperado. O, al menos, lo he intentado.

¿Para qué esperar? La vida son cuatro días. No esperes, lánzate, no seas prudente, sé feliz. Y sueña, y llora, y atrévete.

Desde que tengo uso de razón he soñado con el primer amor, el primer beso, el primer novio, la primera vez, el primer te quiero... la media naranja, el novio perfecto, el prometido, el marido, los hijos... Pero hace tiempo que me he quedado a mitad de camino. He dejado de creer. Hoy en día estos sueños se tornan poco modernos, machistas, e incluso demasiado dependientes. Hoy en día has de querer ser una mujer independiente, que se quiera a sí misma y que no busque el amor, porque estorba.

Así que, a día de hoy, nadie te va a decir que busca el amor, porque eso ya no se lleva. Porque es motivo de agachar la cabeza y sentirse de menos. Ahora el mundo busca vivir sus experiencias, con su independencia, con su casa, su trabajo, sus aventuras y su sexo moderno sin ataduras. Y todo lo demás, es anticuado. El amor se ha quedado obsoleto. El amor ha pasado de moda. Y me da pena. Y quizá por eso ya no creo en el amor.

Hace años que he dejado de creer. He dejado de creer en ese sueño de niña aunque, en el fondo, quiera seguir creyendo. Demasiados años, demasiadas relaciones, demasiadas decepciones. Amor que se acaba por mí, amor que se acaba por ellos, al fin y al cabo, amor que se acaba. Y ya no creo en ese amor para toda la vida. Aunque en el fondo piense que exista, pero no para mí.

He visto tantas películas de amor, de acción que acaban en amor, tantas comedias con romance incluido... Tantas de superhéroes y amor, tiros y amor, fantasía y amor, suspense y amor. Que cuando un rayito de esperanza asoma a mi congelado corazón no sé si decidirme por una sucesión de carteles al más puro estilo Love Actually, por una carrera sin control de paquete en una Triumph Thruxton, o por un encuentro fortuito en una terminal de Barajas.

Pero el problema es que si llenas la cabeza con tantos pájaros, acaban volando. Y hoy en día ya no creo en declaraciones furtivas a la puerta de casa mientras suena un disco con villancicos, en amores que se descubren por la total y absoluta compatibilidad que comparten, ni en miradas cómplices que al final acaban siendo algo más. Hoy en día la gente no quiere conocer, no quiere saber. Prefiere pasar del café e ir directamente a la copa. Prefiere la satisfacción que la complicidad, prefiere lo banal a lo trascendental. Y eso machaca un alma soñadora.


Y es que… ¿Qué ha sido de la galantería? ¿Sólo existe en las pelis de los 80? Quiero tener a John Cusack con un radiocasete debajo de mi ventana, quiero montar en una cortacésped con Patrick Dempsey, quiero que Jake de “Dieciséis velas” me espere delante de la iglesia, quiero que Judd Nelson lance el puño al aire al saber que soy suya. Por una vez me gustaría vivir en una peli de los 80, preferiblemente una con un número musical alucinante sin motivo alguno. Pero no, no, John Hughes no dirige mi vida.

Así que supongo que eso me convierte en una romántica empedernida que no cree en el amor. Quizá la comparativa más sencilla sería la de aquel que adora la comida pero se pasa a dieta los 365 días del año porque comer a su antojo le hace daño de un modo u otro.

Pero tampoco es que haya dejado de creer en el amor. Simplemente es que he dejado de creer en mi amor. Uno no pone a dieta a todo el mundo, si no que la asume solo.

No es que haya tenido mala suerte, ni haya sido una desgraciada. Siempre he ido de relación en relación, buscando, esperando atinar, pero siempre se ha acabado. ¿Qué es el amor? ¿Cuánto dura? ¿Es cierto que es para siempre como dicen las películas? ¿O debemos conformarnos con el primer año de pasión, el segundo de complicidad y los siguientes de compañerismo?

No. Eso no es para mí. Quiero mi amor de película. Quiero mi vida de película. Quiero poder cantar y bailar por la calle y que la gente sonría, en lugar de tratarme de loca.

Podría decir entonces que hoy en día ni creo ni dejo de creer. No creo, hasta que crea. No creo hasta que haya algo que creer. Y mientras tanto, paso de modernidades, paso de independencias mal entendidas. Porque el amor no significa dependencia, significa independencias complementarias, independencias compartidas. Y mientras creo y no creo, que el amor me cosa a leches.


Los beneficios de la alimentación vegana

jueves, 20 de octubre de 2016



Antes de comenzar quiero puntualizar dos cosas.

En esta entrada hablaré de la alimentación vegana, mi punto de vista sobre ella y mis beneficios al adoptarla. Lo que no quiere decir que yo tenga o crea que tenga la verdad universal, ni que a todo el mundo le siente igual este tipo de dieta.

Una pena que en pleno siglo XXI tengamos que andar con estos matices chorras para no herir sensibilidades. Pero así nos pinta. Y dicho esto, vamos a empezar.

¿POR QUÉ SEGUIR UNA ALIMENTACIÓN VEGANA?

Los motivos principales por los que una persona decide adoptar este tipo de alimentación son los siguientes:
  • Por salud. Los alimentos de origen animal nos sientan mal y decidimos desterrarlos de nuestra dieta.

  • Por ética. Nos dan penica los animales y no entendemos por qué en el mundo occidental nos llevamos las manos a la cabeza ante la idea de comer perro o gato pero, sin embargo requetechupamos los huesos de cordero, pollo, cerdo, ternera... etc
¿Por qué la cambié yo? Por ética. Quiero puntualizar de nuevo que yo no soy vegana, tan sólo trato de no comer alimentos de origen animal (ni utilizar productos derivados) siempre que puedo.

En mi casa, a menos que cocine para la familia o para explicar una receta en A freír espárragos (cosas que a menudo son complementarias), no suelo comer alimentos de origen animal. Pero si por trabajo (alguna cata), porque salga por ahí a comer y no quiera ser la tiquismiquis, o porque algún día me apetezca, lo hago, pues no me martirizo.

Este año fue un año de cambios para mí. Allá por febrero mi cabeza comenzó a rechazar la carne. Era algo que siempre había querido hacer pero nunca había hecho. Sin embargo, algo ahí arriba me hizo click y de repente no entendí por qué comíamos carne. En un mundo tan industrializado en que el dinero manda y la comercialización es la base, las barbaries que se llevan a cabo con los animales para sacar un producto cada vez más barato y competitivo son tremendas. Y, de repente, no quise formar parte de ello.

Y a partir de ahí surgió lo lógico. Eliminar la carne, el marisco, los huevos, los lácteos y todo lo que provenga del mundo animal. Este paso siempre es el mas difícil para cualquiera (o suele serlo), porque con los peces no interactuamos como con los mamíferos, los huevos son embriones y la vaca no muere por ordeñarla. Sin embargo el problema de estos alimentos (si atendemos a la razón ética), es que la gallina ponedora sufre, y la vaca y el ternero al que le arrebatamos la leche también. Pero no me voy a cebar con esto, hay por internet millones de vídeos al respecto y hoy no estoy aquí para convencer a nadie, si no para exponer mi caso.

Simplemente tu cerebro hace click.

¿ES DIFÍCIL?

Sí y no. Es difícil hacer un cambio radical. Si nuestro cuerpo ha estado comiendo de todo durante 31 años, como fue mi caso, la cosa se pone peliaguda. Es decir, nos va a entrar el mono. Tengamos en cuenta que los alimentos de origen animal son muchos, y el cuerpo está acostumbrado a ellos. Por no hablar de aquellos que provocan adicción, como el queso. Sí, es así, está demostrado, y me considero yonki rehabilitada del queso.

La buena noticia es que podemos y debemos tomarnos el tiempo que queramos para cambiar nuestra alimentación.

Me explico. No sé qué narices pasa en la actualidad que cada vez nos exigimos más a nosotros mismos, y si no hacemos una cosa con un nivel de exigencia del 100% nos desmoralizamos y tiramos la toalla. Veamos esto con un ejemplo práctico.

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Manolita ha decidido dejar de comer alimentos de origen animal. Ha decidido hacerse vegana, por lo que acude a un nutricionista y este le da un plan de alimentación.

Manolita está contenta. Tiene recetas muy chulas que elaborar, productos nuevos que probar, y comienza la semana feliz. El estrés del trabajo y el cansancio de los días hacen que el jueves Manolita no se pueda resistir y se coma un yogur.

¡Un yogur de leche de vaca! ¡Sacrilegio! ¡Oh dios mío!

Esos pobres terneros que han sacrificado, esa vaca que ha sido explotada...

Y entonces Manolita en plena desesperación baja al súper y se compra el pack de 24 yogures de la Central Lechera Asturiana para comérselos del tirón. Porque total ya... de perdidos al río.
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No señores. La idea no es esa. La idea es que comamos lo que queramos cuando queramos. Yo he cambiado mi alimentación, pero no rindo cuentas ante nadie, solo ante mí. Y si bien es cierto que me siento mucho más saludable así, y estoy contenta por evitar el sufrimiento animal, si me apetece un día comer un yogur pues me lo como. O unos huevos (eso sí, ecológicos), o unos bocartes. Porque por mucho que un día "pequemos", todo el bien que estamos haciendo por los animalillos o por nosotros mismos (según la razón de nuestra dieta) no se va a esfumar de un momento a otro como un conejo en un espectáculo de magia.

Y antes de finalizar este apartado déjame decirte una cosa. Las razones que hay para cambiar la alimentación son las que he expuesto anteriormente (las más probables). Pero si lo haces por tema estético. Por adelgazar, por reducir celulitis... o por cualquier chorrada de estas, olvídate. No cambies la alimentación. Debemos hacer las cosas por convicción, no como "castigo" para lograr un objetivo.

Debes querer hacer esto, no estar obligado a hacerlo por bajar un kilos. En ese caso no es que sea difícil cambiar la alimentación, si no que la vas a acabar aborreciendo.

¿ES COMPLETA? ¿NO FALTAN NUTRIENTES?

Es completa. Ni por asomo faltan nutrientes. Aunque quizá te estés haciendo la pregunta del millón.

¿De dónde saca un vegano las proteínas?

¡De un montón de sitios!

De las legumbres, frutos secos, semillas, cereales, verduras... ¡Sí, verduras! Está claro que hay alimentos con mayor porcentaje en proteínas que otros, pero por eso hay que saber hacer las combinaciones adecuadas en una jornada.

Sí, es cierto que las personas veganas han de suplementarse. Pero no de forma más artificial que los omnívoros. Las personas veganas han de tomar un suplemento de la vitamina B12.

La vitamina B12 se encuentra en unas bacterias en la tierra, y los animales al comer esa tierra producen la vitamina (por decirlo en rasgos generales). Es por eso que la gente que come carne no ha de suplementarse.

Sin embargo, hoy en día los suelos están tan empobrecidos y son tantos los animales alimentados a base de piensos artificiales que los animales tampoco ofrecen ese aporte. Así que la vitamina B12 se inyecta artificialmente a las reses. Esta es la forma en que una persona omnívora obtiene esta vitamina. Así que, al fin y al cabo, todos nos suplementamos de una forma u otra.

¿NO ES UNA ALIMENTACIÓN MUY MONÓTONA?

Para nada. He cocinado mucho a lo largo de mi vida y puedo afirmar con total rotundidad que ahora es cuando estoy descubriendo más alternativas.

Cuando tenemos todos los ingredientes a nuestro alcance acabamos optando por los mismos. Carne así o asá, huevos de este modo, pescado como lo vi en aquel restaurante... Sin embargo, al estar más limitados, comenzamos a buscar nuevas alternativas para dar un giro y no aburrirnos. Empezamos a ver cosas que jamás creímos que se pudieran hacer y probamos productos que ni siquiera sabíamos que tuviéramos al alcance de la mano.

¿NOTARÉ CAMBIOS FÍSICOS? ¿Y MENTALES?

Totalmente.

Como te he comentado yo he cambiado mi alimentación por ética por lo que apenas me fijaba en mi aspecto. Ya me tenía muy vista. Pero la gente me lo empezó a notar y cuando me eché un vistazo, aluciné. Vayamos por partes.

He de decirte que soy una ruina de mujer, muy delgada, sin chicha ni limoná, por lo que nunca me interesó adelgazar. Pero aún así, con mis curvas inapreciables, he sufrido de celulititis en las piernas por culpa de los anticonceptivos orales. Y en cuanto a esto te diré, que por mucho que te des cuenta y dejes de tomarlos, la cabrona va a quedarse ahí.

Y tras esta breve introducción te contaré los cambios que he sufrido.
  • Mejora de la salud. Nunca he comido mal. De hecho siempre me he cuidado en mayor o menor medida. Antes abusaba más de los fritos, cierto, pero trataba de comer de forma equilibrada y no concebía mi desayuno sin su agua con limón, zumo de naranja y kiwi. Este era mi desayuno habitual. Muy mediterráneo y saludable, ¿verdad? Pues aún así todos los años pasaba por 4 o 5 catarros e infecciones de garganta. Tengo la garganta muy sensible. Hasta el punto de que se me irrita si un día hablo un poco más alto de la cuenta porque el bar de turno está abarrotado. Bien, desde que cambié mi alimentación en febrero de este año 2016, no me he puesto mala ni una vez. ¡Ni una vez! Tan sólo he tenido un pequeño resfriado una semana en la que dejé de cuidarme por un disgusto. Nada más. Estamos a punto de terminar el año y estoy más sana que una manzana. ¿Casualidad? No lo creo.

  • Pérdida de peso. Es algo que no buscaba, pero sucedió. Es normal. Quitando los ingredientes de origen animal eliminamos las grasas saturadas. Ingerimos más fibra por las frutas y las verduras, etc. He de matizar aquí también que al poco de comenzar con esta alimentación sufrí una racha muy mala en lo que a lo personal se refiere y también influyó. Pero si lo ponemos en cifras diré que perdí 9 kilos. Calculo unos 7 por la alimentación y otros dos en esa época mala. Sí, me quedé en nada. Pasé de 48 kilos a 39. Pero si tenemos en cuenta que mido metro y medio no es tan alarmante. Y lo alucinante es que, si bien siempre tuve complejo de delgada, ahora es cuando menos complejo tengo y cuando más a gusto me siento conmigo misma.

  • Reducción de celulitis. Esto fue alucinante. Al mes de suprimir los alimentos de origen animal pude comprobar como la celulitis se había reducido en un 80%. Recuerda lo que hablamos antes de eliminar las grasas saturadas y aumentar las frutas y verduras frescas. En definitiva, seguir una alimentación más saludable. Es curioso porque cuanto más te cuidas, más quieres cuidarte. Y si bien antes era fan absoluta de las patatas fritas, ahora tiro más de ensaladas y si hago patatas las hago al horno.

  • Uñas y pelo más fuertes. Siempre, siempre, siempre, había tenido las uñas que parecían Blandiblú. Me las doblaba con cualquier gesto, y me daba una grima que me moría. Ahora tengo las uñas de una persona sana. ¿Coincidencia? Puedo asegurar que no.

  • Piel más sana. Los malditos anticonceptivos orales también me habían dado algún que otro problemilla de acné (por decirlo suavemente), pero desde que como mejor e incorporo germen de trigo (esta es la clave, apúntatelo) en mis batidos por la mañana, se ha acabado.

  • Aumento de la energía. Creo que en esto influyen muchos los lácteos. A mí me daban mucha pesadez. De peque desayunaba mi colacao como la mayoría de los mortales, pero me sentía hiper pesada. Y cuando empecé a desayunar té me sentí mucho más enérgica. Ahora mi desayuno es un smoothie y puedo asegurar que nunca me había sentido tan bien.

  • Más vitalidad. Quizá se puede confundir con el punto anterior, pero no sabía cómo llamarlo. En este punto quiero reflejar la frase que me dijo mi madre en su día cuando ya había cambiado la alimentación por completo. Hija, tienes un brillo en la mirada que antes no tenías. Y es cierto. Energía, vitalidad, alegría... Sólo sé que ahora voy sonriendo por la calle como una imbécil, aunque claro, eso tiene mucho que ver también con lo que contaba aquí.

  • Paz interior. Quizá suene muy rollo zen esto, pero saber que nada de lo que comes daña a ningún animal, mola. Mola mucho no tener cadáveres encima de la mesa.

¿Y NO CREES QUE VA CONTRA NATURA?


No. De hecho creo que es la evolución lógica. El ser humano necesitó de la carne para poder desarrollar el cerebro y llegar donde estamos ahora. Hemos evolucionado hasta un punto en que a día de hoy somos capaces de cubrir todos los nutrientes con alimentos vegetales. Y además somos el único animal racional que existe. Teniendo en cuenta esto, y sabiendo como nos estamos cargando el planeta, ¿no sería lógico que utilizáramos esa superioridad para mejorar el mundo?

Ya sabemos que no tendremos ninguna carencia, sabemos que es la única alimentación sostenible y sabemos que no sufrirá ningún animal. Sin duda alguna creo que nos estamos haciendo la pregunta equivocada. La pregunta no es ¿por qué ser vegano? La pregunta es ¿por qué no serlo?

Y vale, que cuesta, y hay quién realmente necesite aportes animales por temas de salud, ahí no me meto. A mí me ha venido genial pero no soy nutricionista. Pero, en ese caso, podemos disminuir drásticamente su consumo porque si algo tenemos claro todos es que comemos por encima de nuestras posibilidades. Y cuando compremos alimentos de origen animal, podríamos comprarlos ecológicos, porque así,  al menos, estaremos haciendo el menor daño posible.

Esta ha sido mi experiencia, sin más. No trato de convencerte de nada. Sé que es muy difícil hacer un cambio tan radical en la dieta y que muy pocos se deciden. Pero, aunque no lo hagas, quédate con alguna cosa.

Incorpora más fruta y verdura a la dieta, legumbres, semillas, frutos secos (¡crudos!, ni fritos ni salados) y trata de reducir el consumo de carne y grasas saturadas. Por supuesto ni qué decir tiene el tema de la comida basura, fritos... etc.

No es por moda, no es por estética, ni siquiera por salud (al fin y al cabo de algo hay que morir). Es por calidad de vida. Te aseguro que la alimentación es la base de todo y, cuanto más la cuides, más feliz serás.

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AHORA ME QUIERO

jueves, 13 de octubre de 2016



Me quiero, me quiero y me quiero. Ahora sí, ahora me quiero. Un poquito, algo, lo suficiente, mucho. No sabría hallar un contrapuesto equilibrado a lo poco que me quería antes. 32 años he tardado, pero me quiero.  Y con mi dislexia ilusionista he escrito 23 en un primer momento.

Nunca me he querido. Pero ahora sí. Aunque aún me quedan los reflejos. Aún me sigo mirando la bragueta para ver si está bajada si algún hombre me mira por la calle. La bragueta, la nariz, los dientes, alguna marca extraña de maquillaje... Pero eso es algo que nunca podré evitar por muchos años que cumpla.

Lo importante es que ahora me quiero, ahora sonrío mientras escribo estas letras, ahora sonrío mientras camino sola por la calle. Sí, soy de esas locas. Ahora sonrío mientras trabajo, al despertar, mientras estudio, ahora sonrío a la vida. Ahora sé que la vida trata de eso, de sonreír, de disfrutar. Quizá se antoje demasiado profundo que a mis 32 años pueda hablar de la infelicidad, o de la felicidad. Pero he de reconocer que he conocido ambas, y ahora no me da miedo expresarlo.

En este momento escribo y sonrío. Del principio al final. Y no me duelen las comisuras. No, ya estoy acostumbrada. No se ha convertido en una mueca tras 15 segundos de sonrisa. No, es una sonrisa clara y sincera. Una sonrisa que me dedico a mí, en mi soledad, en mi casa, en mi compañía.

Siempre me ha gustado la soledad, pero siempre he sido incapaz de estar sola.  Y ahora lo estoy. Ahora me acepto, ahora me quiero. Ahora sé que no puedes querer sin antes quererte, que no te pueden querer sin que te quieras, y que no puedes ser feliz con alguien si no eres feliz contigo misma. Ahora lo sé, y sonrío.

He venido a casa escuchando la misma canción una, y otra, y otra vez. Canción ñoña, canción de amor, canción que antes me hubiera hecho llorar, pero ahora me hace sonreír.

Perdona si te llamo amor, pero yo no lo decido. Tú dirás lo que tú quieras, pero ya me necesitas tenlo claro

Antes hubiera llorado por no haber encontrado a esa persona, por no ser correspondida, por tener la certeza de que no fuera a aparecer nunca jamás. Pero ahora no. Ahora sonrío por esa ilusión, por esa gente que lo tiene, por esa utopía. No, no he cambiado de opinión, no creo que exista para mí, pero sé que existe.

Lo veo en los ojos de las parejas felices, en los gestos, en los detalles, en esas americanas prestadas por encima de los hombros en una tarde de invierno. En declaraciones públicas, en ese último pedazo de pizza, en paseos de la mano por la orilla del mar, en esas clases de baile de salón obligadas. En los domingos de peli y manta, en los mensajes que se extienden hasta la madrugada los días entre semana… Y verlo, y saber que existe, me hace feliz. Y me hace sonreír.

Porque los sueños son bonitos aunque no se cumplan. Soñar es bonito, imaginar es bonito. Y pensar, ¿y por qué no?, es bonito. Porque no hay por qué pisar el suelo, ni dormir para soñar. Simplemente hay que saber que despertar también es bonito. Y que cuando algo llega, ya no vamos a poder seguir soñando con ello. Así que hay que aprovechar cada maldito minuto de esa espera, ilusión, felicidad, impaciencia, angustia o descanso, porque cuando llegue se habrá acabado el soñar y será el momento de vivir lo soñado.

Ahora me quiero, ahora sonrío, ahora escribo, ahora bailo, ahora canto, ahora grito, ahora no me escondo, ahora soy yo, tal cual, sin complejos.


Foto de Muel Fotógrafo

GIJÓN DE SIDRA

miércoles, 5 de octubre de 2016

Si hay algo que nos caracteriza a los asturianos es la gana de folixa, fiesta, juerga o parranda. Y si hay algo que nos caracteriza a los gijoneses es que, cuando hacemos algo a lo asturiano, lo hacemos por mil. Que se note, no nos andamos con chorradas.


Sí, cualquier asturiano o gijonés que se precie protestará ante la creencia internacional y nacional de que los españoles solo sabemos estar de marcha y dormir la siesta, y de que los asturianos siempre estamos empinando el codo. Protestaremos, sí, pero no falta verdad.


Nos gustan más los saraos que a un tonto un lápiz, y hacemos que se note. Ahora bien, al igual que nos gusta tomarnos nuestras sidras, cañas ,vinos, etc… nos gusta acompañarlos de unas buenas tapas. Y es que, quizá esté mal que yo lo diga, pero la gastronomía asturiana puede presumir de ser de las mejores (ahí lo dejo para no dármelas de prepotente y que cada uno recoja su propio testigo) de España, si no del mundo. Y voy a marcarme un Manolito Gafotas para no pecar tampoco de arrogante y que parezca que lo digo de cachondeo. De las mejores del mundo mundial.


Por eso raro es venir a Asturias y no encontrar un "tinglao" montado.


Para los amantes del vino, los Certámenes de Pinchos de Gijón y Asturias; para los cerveceros el Oktoberfest y el Summer Beer Festival; y para los que prefieren unos culinos, Gijón de Sidra. Todo eso con sus tapas correspondientes, por supuesto. Que aquí si hay algo que sabemos hacer es comer y beber, y siempre van de la mano para evitar abandonar la fiesta antes de tiempo.


Gijón de Sidra es un evento gastronómico que celebramos durante 10 días en el mes de Octubre coincidiendo con las Fiestas del Pilar. Este año, en su octava edición lo celebramos del 6 al 16 de Octubre.


En estos días, 45 sidrerías darán a conocer los palos de sidra de los 44 llagares inscritos, así como las mejores tapas realizadas en exclusiva para el propio certamen. Se trata de cazuelinas y cazuelonas. El precio de venta al público es de:




  • 2’70 € una botella de sidra.

  • 3’70 € por una cazuelina (la tapa propuesta por cada sidrería, para comer entre 2 personas) y una botella de sidra.

  • 4’70 € por una cazuelona (la tapa propuesta por cada sidrería en versión maxi para comer entre 3-4 personas) y una botella de sidra.


Vamos, que con lo exagerados que somos aquí para la comida con un par de cazuelinas ya cenas y marchas contento para casa.


Lo bueno que tenemos los asturianos es que no dejamos nada al azar, nos gustan las cosas claras.  Así que también contamos con un sidromapa donde localizar todas las sidrerías participantes con sus respectivas tapas.


Puedes descargarte el sidromapa AQUÍ.

Y para más inri contamos con un Sidrobús. Un autobús que te llevará por las sidrerías participantes por el papo, simplemente con la condición de que lleves el pañuelo del certamen contigo. Al cuello en plan motivado o donde te dé la gana.


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En la presentación de este nuevo Certamen en el recinto del Pueblo de Asturias hemos podido probar la mejor tapa (La Pumarada) del año pasado, y la sidra ganadora (Sidra Fran). Y doy fe que el nivel está muy alto. Porque sí, esto es un concurso señores. Mejor sidra, mejor tapa, mejor sidrería… así que la calidad está garantizada.


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Solo tres palabras GIJÓN DE SIDRA.

¡Nos vemos en los bares!


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