¿Sabes? Me gusta dar sorpresas. Me gustan los preparativos y los detalles. Me gusta regalar y demostrar amor con gestos. Además, me gustan las películas, y si por mi fuera, viviría bailando y cantando por la calle, como en una comedia romántica americana.
Por eso, cuando decidimos casarnos, empecé a pensar en cómo sorprender a mi marido. Quería hacer algo sorprendente, algo de película, algo que demostrara, ¡hey! estoy feliz de haberme casado contigo.
Pensé en bailar, pero no estaba segura de que expresase lo que le quiero decir. Pensé en cantar, pero me pidió encarecidamente que no lo hiciera. Y al final opté por escribir porque al final y al cabo, hoy debemos ser más que nunca, nosotros.
Marido, esto va por ti.
Me gusta inventarme palabras a partir de otras, sin sentido, pero con sentido. De esas que de repente se han puesto de moda. De eso que te haces un parisguas de ese paraguas que te has comprado en París, o unas aliflores de esa coliflor que sabe a alita de pollo pero no encierra crueldad.
Y así podría seguir y seguir. Palabras inventadas o no inventadas, casuales, de esas que salen porque se te lengua la traba, de esas que marcan momentos. De esas que deseas no ser la única persona que la recuerde y quieres que se cree esa complicidad permanente, ese enigma compartido.
Me invento expresiones despierta. Me invento expresiones dormida, y las sueño tan nítidas que las utilizo en la vida real. Algunas las comparto y otras no. Algunas son tan bonitas que hacen que pueda expresar aquello que soy incapaz de expresar con las palabras de la RAE porque se quedan pequeñas.
Nunca he sido capaz de expresar amor, al menos con todas sus letras. Fuera de los fogones, de los detalles, o de los abrazos largos. Jamás he conseguido escupir esas tres letras, que no seis. Y solo pensar en hacerlo me genera incomodidad.
Pero llega un momento en que es necesario. Porque hay veces que quieres tanto que duele. Aunque el amor y el dolor no deberían estar en la misma frase, ni el arte y la guerra como reza la canción.
Y entonces, llega ese momento en que un "te quiero" resulta insuficiente, un "te quiero mucho" forzado y un "te amo"ridículamente cursi.
Dice El Principito que querer es tomar posesión de algo o de alguien. Es hacer nuestro lo que no nos pertenece, es desear algo para completarnos porque en algún punto nos reconocemos carentes. Pero yo hace tiempo que no me siento carente. Me siento plena, completa, y no quiero desde la posesión, ni la necesidad, quiero desde el amor.
Dice El Principito que amar implica tirarse al vacío, confiar la vida y el alma. Dice que amar es dar un lugar en el corazón. Ofrecer ese espacio para sea ocupado por esa persona, y saber que, en su corazón, también hay un lugar para ti.
Y es entonces cuando lo sientes, cuando tu subconsciente y tu consciente entran en conflicto. Tu subconsciente ama y tu consciente no lo sabe expresar. Puedes pronunciar un te quiero de posesión, palabras que sabes que se quedan cortas. Pero no puedes pronunciar un te amo, porque retumba en tus oídos como en un culebrón venezolano.
Y de repente tu subconsciente te echa un cable, en sueños, sin que recuerdes habérselo pedido. Ni siquiera en ese momento recordabas tus problemas para expresar algo que a bote pronto parece tan fácil. No recordabas que no eres de demostrar con palabras, eres de demostrar con actos y ojos de amor.
Y entonces, sueñas, y agarras ese cable que te están echando. Y sabes que, desde ese momento, os vais a querer DE NUEVE A PUNTA sin sonrojos. Y sabéis, y compartís que, para vosotros, esa es la mayor forma de amar.
Dicen que el tiempo no existe. Dicen que el tiempo es una invención del ser humano para poder explicar y controlar lo que le rodea. Que es una creación de la consciencia humana, fruto de su propia limitación, angustia existencial y frustración constante.
Eso quiere decir que estamos todos los días celebrando nada, o celebrando todo. Quiere decir que no hace 35 años que nací, quiere decir que nací, sin más.
El ser humano, triste, confuso, con una meta, nacer y vivir para morir. Límites para controlar, para trabajar, para recompensar. Pero a mí no me gusta pensar así. Me gusta exprimir lo bonito. Me gusta pensar que establecemos límites para celebrar, para motivar. Para decir que hace 35 años que nací y que me siento más yo que nunca. Para estar con mi gente. Para decirles: "Eh, estás aquí, y te quiero aquí 35 años más".
Límites para saber que un abrazo se convierte en magia a partir de los 20 segundos, para saber que un beso te hace cerrar los ojos a partir de los 3. Que desde que nos despertamos hasta que somos conscientes de que estábamos dormidos tardamos 5 segundos, o 5 minutos.
Saber que tardo 40 minutos en hacer una tortilla de patata para los míos, y 15 minutos disfrutando viéndolos comerla.
Que mi fin de semana perfecto duraría tres días. Y, que si me lo otorgaran, suplicaría por cuatro.
Que mi perrón estuvo cuatro meses esperando a que alguien lo quisiera. Y que conté los días desde entonces, porque creí, que cuando pasaran otros cuatro meses desde quererlo, me empezaría a querer él a mí. Que mi perrona no pasó ni un solo día en la protectora, porque la quisimos desde el momento en que vimos su foto con su collar de pastoreo rogando por un lugar que la acogiera.
Que una caminata que me dé agujetas dura 3 horas. Pero la satisfacción de haberla hecho con mi gente estará siempre congelada en las fotos.
No, para mí los límites no tienen como objetivo aliviar la frustración. Su destino es más bonito. Tienen como objetivo atesorar recuerdos, establecer días para celebrar, dividir etapas y marcar nuevos comienzos. Los límites son la eterna oportunidad para volver a empezar. Para volver a creer, para volver a querer, para decir "ahora sí". Dan sentido a los "empiezo el lunes", los propósitos de año nuevo, las promesas sinceras, y las no tanto.
Límites. Los límites dicen que hace 35 años que nací. Que me siento como si tuviera 20, y que exprimiré los días como si tuviera 12. Que la clave, como en todo, no está en la cantidad, sino en la calidad. Y, cuando lo comprendes, pierdes el miedo al paso de los años, y vives la intensidad de todos y cada uno de los días.
¿Sabes? Hoy es el día internacional de la tierra. Hace tiempo que me dan pereza los "días de", porque parece que, de un tiempo a esta parte, cada día es el día internacional de algo. Y yo soy de las que creo que no hay que esperar al "día de" para celebrarlo. Pero hoy es el día internacional de la tierra, y me toca en lo más profundo del alma.
No soy religiosa o, mejor dicho, no soy creyente, al menos, no creo en el dios "tradicional", o el dios de la religión cristiana. Pero sí creo. Creo en el poder de la naturaleza, creo en la madre tierra, o padre, o ente, o como lo quieras llamar.
No. No creo que una madre tierra en forma de árbol de raíces inmensas nos haya puesto aquí por gracia divina al golpe de varita, pero sí creo en la evolución y en que esa madre tierra nos ha dado todo para que podamos estar aquí.
Creo en el poder curativo de las plantas, creo en el respeto entre especies, creo en la consciencia y la meditación como precursor de la salud. Creo en los hábitos naturales como camino hacia la plenitud espiritual. Creo que andar descalzo es terapia, acariciar a los animales es terapia, extender los brazos bajo la lluvia y mirar hacia arriba con los ojos cerrados para sentir las gotas, arrimarse a una hoguera para entrar en calor, meter las manos en los sacos de legumbres, recolectar ingredientes de la huerta, oler las flores, darse un baño de sol en febrero, respirar en lo alto de una montaña hasta que duela, hacer baños de vapor con lavanda y romero, tumbarse y mirar las estrellas, fruta recién cogida del árbol, bailar hasta doler los pies, jugar en el barro, gritar eco en las cuevas, pisar los charcos, correr por la hierba hasta que se acelere el corazón...
Creo que todo, absolutamente todo, está en la naturaleza. No creo en los medicamentos, en los procesados, ni en los químicos. Creo en lo natural, natural de naturaleza. Estoy harta del consumismo, de las enfermedades que nos crean para después curar con medicamentos milagrosos, de quien no se sabe divertir sin alcohol, ni drogas. Harta del dinero que todo lo mueve, de construcciones imposibles, e inventos para vagos. No soporto la invasión plástica, la gente egoísta, ni los que no saben querer.
¿Sabes? Creo que si pudiera me teletransportaría 30000 años atrás. Con taparrabos y trenzas en el pelo. Cuando había que ganarse la comida de verdad. Probablemente sea la ilusión de quien ha leído "Los hijos de la tierra" hasta imaginarse cabalgando sobre un león, o quizá si fuera real disfrutara esos escasos 30 años con la fuerza de lo auténtico.
Sea como fuere, con Delorean para retroceder en el tiempo, o sin él, disfrutaré al máximo esta ocasión que se me brinda, de vivir con pasión, de sentir, de ser consciente, de agradecer cada día y cada semilla.
De seguir aprendiendo, de seguir disfrutando, de seguir oliendo y sintiendo. Del sonido de los pájaros que ahora mismo me acompaña y de todos y cada uno de los detalles que nos perdemos cada día por estar ensimismados en la superficialidad de la vida.
Hoy sí te diré que te sientes, te relajes, respires profundo y agradezcas. Porque querida madre tierra, sin ti no somos nada.
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