Iba en coche y sonreí. Miraba por
la ventana, bajada o subida, qué más da. La sensación de libertad era la misma.
Con gafas de sol, para no verme reflejada en el espejo, para no ser consciente
de ese antiestupendismo que me caracterizaba. No, yo no soy de esas. No soy una
estupenda. Salgo mal en las fotos, mi pelo cobra vida propia por mil veces que
lo peine y, cuando me río, la cámara no capta una imagen perfecta de anuncio de
colonia, sino una cara desencajada, roja, e hinchada cual parodia de Hollywood.
Sonreí, miré al cielo, miré al
mar, y me sentí bien. Hacía tiempo, años quizá, que la nube negra no se movía
de mi cabeza. No se movía porque yo no quería. Porque quizá me sentía mejor
sintiéndome mal. Porque era más fácil acostumbrarme que tomar las riendas,
porque era más fácil estancarme que abofetearme y avanzar.
Respiré profundo, tranquila,
siendo consciente de las bocanadas, disfrutando del momento. Quizá fuera el día
de sol, de descanso, o el preciso instante; pero era perfecto, era vivir.
Agarré el regulador del volumen y
subí la música desde mi asiento de copiloto. Me gustaba esa canción. Y canté.
Sin vergüenza, a sabiendas de que cualquiera preferiría escuchar al cantante
antes que a mí. Consciente de que me avergonzaba mi voz como si cada día fuera
la primera vez que la escuchaba en una grabadora.
Tenía un montón de cosas por
hacer. Había dejado trabajo sin terminar, la casa parecía un piso de
estudiantes y tenía la cuenta temblando, pero ¡a quién le importaba! Estaba
ahí, viva, calentándome la cara con el sol, dándole a mis pecas el pistoletazo
de salida para la carrera sin fondo de la primavera. El cielo, el mar, la carretera,
libertad. Libre de preocupaciones, libre de agobios, libre de mi yo esclavo, al
menos por el momento, hasta que tuviera que volver a conectar. Cada cosa a su
tiempo. Y era hora de descansar, de disfrutar, aunque no me lo mereciera, o así
lo creyera en mi afán de martirizarme.
Ya trabajaré en casa, ya
trabajaré en la oficina, ahora no pienses. Disfruta, que te disfruten. Enseña
lo que eres. Aprende de ti. Alégrate por estar, por ser y por tener. Tener
momentos, tener gente brutal, tener ambiciones, tener metas, tener tiempo,
tener ganas.
Podría pasarme horas mirando el
mar y mirando el cielo, sintiéndome tan pequeña que resulta ridículo.
Alucinando con que todos compartamos el mismo techo, el mismo cielo. Pensando
en cuántas personas estarían mirando hacia él en ese preciso instante, como yo,
nostálgicas o felices. A mil kilómetros de mí o a 20 metros. Preguntándole a
ese sol radiante, a esa luna creciente o a esa nube a punto de reventar en un
millón de gotas. Preguntándole por su siguiente paso, por la causa de sus
fracasos o por la tan ansiada felicidad que tanto buscamos.
Y entonces giré mi cabeza y sonreí. No, esa respuesta ya la sabía. Me había pasado tanto tiempo buscando la felicidad que había olvidado que es ella la que tiene que encontrarnos, y yo hacía tiempo que había dejado de jugar a escondite.
.......... Los 30 son los nuevos 20..........
.......... Cuando lo encuentres lo sabrás ..........
Típicos y tópicos. Frases que suenan vacías. Palabras que no te crees porque no han llegado. El tiempo todo lo cura, te dicen cuando aún no ha pasado. Y no te consuela. Pero realmente pasa, se termina, y entonces no recuerdas aquellas palabras que te resultaron vacías aunque estuvieran llenas de verdad.
¿Cómo sabes que estás enamorado?
No te preocupes, lo sabrás.
¿Cómo?
Y de repente me vi sonriendo todos los días. Sonriendo, riendo a carcajadas, disfrutando, llorando de alegría y de tristeza de tanto querer. Queriendo hasta doler. Importándome un comino las cosas insustanciales de la vida, haciendo bromas sobre esa cama siempre deshecha. Bailando hasta doler los pies, viviendo mi adolescencia perdida.
Planeando, ilusionándonos, dibujando el futuro en pedazos de papel. Cantando en bares, en la ducha y en la cama. Mientras cocinamos. Tú tus guarradas y yo mis mierdas sanas. Queso y verduras, cabeza y culo, frío pirenaico y calor a ras. Los locos, los inconscientes, los que debían haber esperado pero no lo han hecho. Los que se ilusionan con un trozo de muro y con una semilla que empieza a germinar. Iguales pero diferentes. Compatibles y cabezotas. Manos que encajan y sueños compartidos. Mi desconcierto y mi certeza. Mi variable y mi constante.
Y hoy los 30. El punto de inflexión, la delgada línea. Y no se me ocurre mejor forma de agradecer que escribir porque sabes que es mi forma de sentir y de expresar. Cocina y letras. Amor en un plato y en servilletas de papel.
Gracias por haberte quedado, gracias por haberme hecho daño y así haberte necesitado. Por cuidarme, por cuidarnos, a mí y a los míos. Por acompañarme en todo. Por enseñarme tu vida, tal cual, sin tapujos. Tú y los tuyos. Porque así se pasa de tú y yo a nosotros. A nuestro ritmo y a nuestra manera. Despacito. Porque si va a estar allí tiene que estar aquí. Despacito aunque nos tachen de veloces.
Porque por muchas mariposas que nos vendan, finales de Disney y de Hollywood, relaciones de redes sociales, parejas ideales y escenarios perfectos... Por mucho que visualicemos ahí la meta, al fin y al cabo, el amor de verdad, el amor con mayúsculas no es más que una variable enloquecida de la vida.
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