Por la carretera

miércoles, 30 de agosto de 2017



Iba en coche y sonreí. Miraba por la ventana, bajada o subida, qué más da. La sensación de libertad era la misma. Con gafas de sol, para no verme reflejada en el espejo, para no ser consciente de ese antiestupendismo que me caracterizaba. No, yo no soy de esas. No soy una estupenda. Salgo mal en las fotos, mi pelo cobra vida propia por mil veces que lo peine y, cuando me río, la cámara no capta una imagen perfecta de anuncio de colonia, sino una cara desencajada, roja, e hinchada cual parodia de Hollywood.

Sonreí, miré al cielo, miré al mar, y me sentí bien. Hacía tiempo, años quizá, que la nube negra no se movía de mi cabeza. No se movía porque yo no quería. Porque quizá me sentía mejor sintiéndome mal. Porque era más fácil acostumbrarme que tomar las riendas, porque era más fácil estancarme que abofetearme y avanzar. 

Respiré profundo, tranquila, siendo consciente de las bocanadas, disfrutando del momento. Quizá fuera el día de sol, de descanso, o el preciso instante; pero era perfecto, era vivir.

Agarré el regulador del volumen y subí la música desde mi asiento de copiloto. Me gustaba esa canción. Y canté. Sin vergüenza, a sabiendas de que cualquiera preferiría escuchar al cantante antes que a mí. Consciente de que me avergonzaba mi voz como si cada día fuera la primera vez que la escuchaba en una grabadora

Tenía un montón de cosas por hacer. Había dejado trabajo sin terminar, la casa parecía un piso de estudiantes y tenía la cuenta temblando, pero ¡a quién le importaba! Estaba ahí, viva, calentándome la cara con el sol, dándole a mis pecas el pistoletazo de salida para la carrera sin fondo de la primavera. El cielo, el mar, la carretera, libertad. Libre de preocupaciones, libre de agobios, libre de mi yo esclavo, al menos por el momento, hasta que tuviera que volver a conectar. Cada cosa a su tiempo. Y era hora de descansar, de disfrutar, aunque no me lo mereciera, o así lo creyera en mi afán de martirizarme.

Ya trabajaré en casa, ya trabajaré en la oficina, ahora no pienses. Disfruta, que te disfruten. Enseña lo que eres. Aprende de ti. Alégrate por estar, por ser y por tener. Tener momentos, tener gente brutal, tener ambiciones, tener metas, tener tiempo, tener ganas

Podría pasarme horas mirando el mar y mirando el cielo, sintiéndome tan pequeña que resulta ridículo. Alucinando con que todos compartamos el mismo techo, el mismo cielo. Pensando en cuántas personas estarían mirando hacia él en ese preciso instante, como yo, nostálgicas o felices. A mil kilómetros de mí o a 20 metros. Preguntándole a ese sol radiante, a esa luna creciente o a esa nube a punto de reventar en un millón de gotas. Preguntándole por su siguiente paso, por la causa de sus fracasos o por la tan ansiada felicidad que tanto buscamos. 

Y entonces giré mi cabeza y sonreí. No, esa respuesta ya la sabía. Me había pasado tanto tiempo buscando la felicidad que había olvidado que es ella la que tiene que encontrarnos, y yo hacía tiempo que había dejado de jugar a escondite.


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