16/10/17 El día que no amaneció

sábado, 4 de noviembre de 2017




Me extrañó el color rojizo del cielo. Tenía el cuerpo descansado y desperté antes de que la alarma me avisara. 

- Qué oscuro. - Pensé. - Aún me queda tiempo para dormir. 

Y de repente suena. 

- Qué extraño.- A estas horas el cielo nunca está así. 

Hacía un par de semanas que dormía sin persianas y conocía perfectamente el color del cielo a las 7:15 de la mañana. Ese tono rojo anaranjado no era normal.

Escuché a mi madre trastear en el piso de abajo. 

- La semana que viene hay que cambiar la hora.- Recordé como me había dicho la noche anterior. 

Pero no tenía sentido. No era solo que estuviera más oscuro que de costumbre. Era el color. El rojo, el naranja, el color de las alarmas, el color del peligro, el color que anuncia que algo no va bien.

Me levanté y agarré la sudadera que había dejado colgada del respaldo del sofá la noche anterior. Pura rutina, no hacía frío. El domingo había transcurrido con un calor asfixiante, insoportable, un calor anormal que predecía lluvia. Una lluvia que no acababa de llegar. 

Cuando bajé las escaleras lo olí.

- ¿Qué hace mamá encendiendo la cocina de leña a estas horas?- Pensé.- Y bajé los dos pisos saboreando lo que creía que estaría cocinando en ella. 

Nueve peldaños... Ya no se escucha trastear.

Siete peldaños... No oigo el crepitar del fuego de la cocina de leña.

Cinco peldaños y vista parcial de la cocina. La cocina de leña está apagada. La freidora y un par de bandejas descansan sobre la plancha. El olor a quemado sigue en el aire.

- ¿Qué está pasando?

Y entonces lo supe. En mi cabeza saltó una chispa. Qué irónico. Una chispa como la que asolaba tierras vecinas durante estos días. Ha llegado. Galicia arde, y ahora, Asturias también.

Los animales estaban apáticos y nerviosos. No necesitaba más confirmación.  

Como una autómata me dediqué a mi rutina matutina. Ni el agua de la ducha ni el sonido estridente de la batidora de vaso lograban sacarme de mi ensimismamiento. 

Vuelta a la habitación. Tuve que sacar la linterna del móvil porque la oscuridad era total, y me dirigí a la cama.

- Buenos días amor.- Susurré mientras acompañaba con un suave beso como cada mañana para no estropear la placidez del sueño. 

- Buenos días cariño. - Contestaban unos labios y unos ojos entrecerrados. 

Agarré la linterna de nuevo y me guié hacia el vestidor. De fondo, el sonido de los informativos. Todas las mañanas mi madre encendía la televisión mientras se vestía para enterarse de lo que pasaba en el mundo. Yo prefería vivir en la ignorancia que tener que luchar por comprenderlo. 

Alumbraba los armarios sin puerta mientras miraba por la ventana el extraño amanecer fallido. 

- Ha llegado. - Sentenció mi madre cuando atravesé la puerta de su habitación para poder mirarme en el espejo de su pared y comprobar que no había escogido un modelo digno del payaso de Micolor.

No contesté, no hacía falta. No me había dicho nada que no supiera. Volví a nuestro cuarto y lo anuncié como quien suelta una estrofa cualquiera de una canción. Sin pensar, sin analizar, sin querer ser consciente de lo que esconde la letra.

- Nos quemamos.
- ¿Qué dices amor? ¿Cómo va a llegar aquí?
- No amanece. No es normal. 

Y me fui tras intercambiar el par de te quieros de rigor.

Mientras caminaba hacia el contenedor de basura con la bolsa negra balanceándose a mi paso me sentí como en una película americana. El cielo rojizo, el aire extrañamente caliente y pesado, las motas de polvo haciendo carreras por el suelo y ni un solo alma en el camino empedrado. Era el fin del mundo, el apocalipsis y curiosamente esa misma tarde íbamos a recoger a Daryl. 

Daryl. No podíamos haber escogido mejor nombre para un perrón desaliñado, solitario y abandonado en la carretera a su suerte.

- Para que nos defienda de la horda de zombis que se avecina. - Pensé mientras torcía la boca en un gesto a caballo entre la sonrisa y la resignación. 

Y continué mi rutina. 

Recorría el camino hacia el trabajo y miraba por la ventanilla del coche con incredulidad. Era sorprendente la normalidad con la que transcurría todo. Una mañana cualquiera, un lunes cualquiera. Nadie mira al cielo, nadie interrumpe su quehacer porque el nuevo día haya decidido no comenzar. 

- Qué curioso.- Pensé.- En cualquier película americana ya habrían salido a la calle. Habrían mirado al cielo con pánico y se habrían congregado en masa mientras que la persona más cabal se habría proclamado líder y estaría verbalizando un discurso totalmente espontáneo para calmar los ánimos.

Pero esto era una película española. Una realidad española. Y no se jugaba el clásico, ni el famosete de turno se había cortado el pelo. Simplemente nos quemábamos, ardíamos, estábamos en llamas. Y nos iba a dar juego para discutir sobre ello un par de horas en Facebook.

4 comentarios

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