No quiero otro perro. Protesté mientras apartaba la mirada de esa foto premonitoria de un cachorro de schnauzer con orejas caídas.
Se acababa de morir mi perro y no quería que nadie sustituyera a Paco, Paquito, Paquete, Paquín, mi enano, mi gordo, mi perro patada. Y menos una calcamonía con orejas adorables. ¿Por qué nadie lo entendía?
Apenas habían pasado 2 días y no estaba preparada, ni quería estarlo.
Estaba enfadada, muy enfadada. Pero mamá estaba triste. Paco había dejado la huella más grande del perro más pequeño de la historia.
Mi enfado no se iba con el tiempo. Y al día siguiente sonó el teléfono.
- ¿Estás en casa?
- Sí.
- Paso ahora por ahí.
No eran horas de pasar por casa, eran horas de trabajar. Y eso solo podía significar una cosa. Me van a dejar a cargo del perro que no quiero.
Me lo pusieron en brazos y se fueron. Sin apenas hablar. Mi gesto torcido era una mezcla de asco y enfado.
Era una bola de pelo negra con mechones blancos, rizosa, con olor a cachorro y, curiosamente, sin una pizca de miedo.
Dejé la bola en el suelo y la miré fijamente. Esas orejas caídas me estaban haciendo burla mientras daba unos pasos tambaleantes y movía ese rabo apenas apreciable entre sus rizos de bebé.
Clavaba sus ojos en los míos, en una especie de reto que solo comprendíamos la bola de pelo y yo.
Un paso más. No había coordinación ninguna entre sus cuatro patas.
Otro paso más. Mis ojos se humedecían mientras inclinaba más mi cabeza para recortar el espacio que nos separaba.
Y de repente, un montón de cortos pasitos acelerados dejan a la bola de pelo a escasos milímetros de mi cara.
Sin titubear, anula la distancia, me mete el morrito en el ojo lloroso, y me muerde la nariz suavemente mientras mis lágrimas asoman por fin y se escurren descontroladas por mis mejillas. Lo agarro y me rindo a lo inevitable.
- Te llamaré Lucas.
11 años después Lucas es ese perro que deja esa inmensa huella que apenas se acerca al tamaño mínimo de sus patitas.
Lucas, Lucky, Lucky Luke, Lucky Lucky, Lucky Lu.
Nos ha hecho reír, y hasta ayer nunca llorar. Hemos compartido comidas, y cenas, nos hemos contado confidencias, y ha sido un pompón sobre el que llorar en los momentos crudos.
El perro más optimista y luchador. La alarma más estridente de la historia. El más cabezota, el más gracioso. Bipolar y mimoso. Sus besos se cotizaban al alza y adoraba que le contemplasen.
Se codeaba con grandes perros y hacía ver que los pequeños eran poco para él. La cabeza más suave del mundo. El más ligón con las perras grandes. Ladrador de piedras y ladrador de todo.
El pequeño y el viejete de la casa. El que te sacaba de quicio con sus ladridos y hacía que se te saltaran las lágrimas de risa con sus perrerías.
Dicen que los perros viven tan poco porque ya vienen con la lección de la vida aprendida. Saben disfrutar de cada minuto, obvian lo innecesario, y aman incondicionalmente. Dicen que no tienen que quedarse más tiempo porque ya nos lo han enseñado todo, y es tarea nuestra comprenderlo.
Lucas ha hecho que lo entendiera. No queda nada de ese enfado 11 años atrás. Desde que su nariz húmeda chocó con mi cara no pude por menos que llorar y reír a la vez.
Ya no me enfado como me enfadé aquel día. Ya no me enfurruño y digo que no quiero más perros porque no quiero enterrarlos. Ahora los quiero, a todos. Quiero darles la vida más feliz que pueda, aunque en realidad sean ellos los que me la den a mí.
Lucas tenía dos hermanos perros y dos hermanos gatos. Y todos están tristes. Nosotros también estamos tristes. A escasos minutos de su marcha ya lo echamos en falta.
Le echaremos de menos. Pero somos conscientes de que siempre que lo recordemos nos hará sonreír y reír con sus aventuras.
Esa bola de pelo tambaleante, esa nariz mojada, me hizo ver que es importante recordar a los que se fueron, pero que hay que cuidar a los que están.
Que no hay que cerrarse al amor, que siempre hay hueco para querer. Que el dolor de la pérdida es inevitable, pero los años compartidos son impagables. Que el amor incondicional es su don y nuestro privilegio.
Que debemos aprender a querer sin esperar nada, que el amor debe ser altruista. Que ellos lo saben, pero nosotros aún no. Que es lo más grande que existe. Y esa es una lección que todavía tenemos que aprender.
Hasta siempre Lucky Lucky.
2 comentarios
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